domingo, 4 de diciembre de 2011

BARGU, un cuento que enseñará a niños y a los que no lo son tanto...


— ¿Es usted el señor que le quita el trabajo a mi padre y a sus amigos?
El "señor", era Bargu, un senegalés de unos treinta años que hacía ya dos había llegado a la tierra que le prometía oportunidades desde la distancia. Su medio de transporte, una patera llena de algunos conocidos y otros no tanto, pero que sumaban veinte en total, que como él viajaban con ilusión y esperanza, y para los que no había suficiente espacio en aquella barca tan pequeña.
Demasiados días con sus respectivas noches.
El mar es imprevisible y a veces se enfada.
A veces se enfada y no está de acuerdo en acompañar en su arriesgado viaje a alguien que se merece algo mejor, por eso intenta frenarles con sus inmensas olas. Y en ocasiones, se alía con el cielo para que una tormenta estalle justo encima de la embarcación, o para que un sol abrasador queme la piel y seque las bocas de Bargu y sus compañeros de viaje, y así éstos se arrepientan y vuelvan por donde vinieron.
Y la autora de aquella pregunta tan inoportuna era Sofía, una niña de unos ocho años que vivía rodeada de mucha intolerancia y de muy poca sensibilidad.
Bargu es enorme. A los ojos de Sofía parece un gigante. Al principio, un gigante de los malos, de los que a lo mejor hasta comen niños. No estaba muy segura de este último dato, por eso se acercó hasta su puesto ambulante para comprobar si Bargu la olfateaba y se relamía pensando cuál sería el primer miembro que iba a degustar de su pequeño y tierno cuerpo. Por supuesto, nada de esto sucedió; Bargu le enseñó sus perfectos y blancos dientes para crear con ellos una enorme sonrisa :
   ¿Tu padre vender dvd en la calle?- preguntó Bargu con una mezcla de acento francés y alguna clase de dialecto senegalés.
    No – respondió Sofía muy segura de lo que decía.
   Tú tener respuesta, mais yo tener trabajo diferente a ton padre – dijo Bargu sin borrar ni un segundo aquella amplia sonrisa de su rostro.
Sofía se quedó allí parada mirándole, seria y pensativa, con su mochila fucsia de carrito. Por fin, dio media vuelta y siguió su camino hacia casa, que ya era hora de comer.
Bargu se quedo tremendamente sorprendido, no porque alguien le hubiera formulado aquella pregunta tan incómoda, si no por el hecho de que ésta viniera de una niña tan pequeña.
                                                                   (...)

(Si queréis leer más, escribidme un mail)

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